La caja de regalos de mi padre

En el cuarto de papá hay una caja de regalos, tan grande, tan grande, que papá no tiene cama para hacerle lugar. Dice que no hay problema, porque no le gusta dormir, aunque admite que a veces es un poco incómodo, y me deja prestarle mi almohada. Tengo muchas almohadas, tengo muchas cosas que salen de la caja de regalos de papá.

Él está conmigo durante el día. No hace mucho, porque está cansado, así que se sienta entre mis juguetes y mira hacia la ventana para que sus ojos se entretengan en algo, mientras él se dedica a pensar. A veces lo distraigo, y me sonríe y alarga su mano limpia para tocarme la cabeza. La mano sucia la tiene metida en un guante negro todo el tiempo, y dice que no la lava porque igual se volverá a ensuciar.

Me pregunto si mis manos están limpias o sucias, y si alguna vez tendré que escoger cuál va en un guante y cual no.

Por la noche, papá se va. Dice que se va a trabajar, y aunque me deja protestar un poco, jamás permanece en casa. Me dice que me duerma, y si no quiero, me dice que lo hablemos mañana, camina rápido y cierra la puerta con una sonrisa torcida, antes de que le pueda decir nada más. Al día siguiente, ya no le pregunto nada, y él viene con otro regalo, sacado de la caja de regalos que llena en la mañana.

Sé que lo hace temprano porque lo escucho y lo veo asomado por la alta tapa de la caja de regalos. Él es muy alto y yo muy pequeña, por lo que no le molesta que lo espíe, no alcanzo a ver qué hay adentro. Tampoco me gusta ir a verlo a menudo cuando está ocupado en eso, porque papá se quita el guante y huele muy feo.

A veces, a escondidas, miro los regalos y la comida por todas partes, porque no sé cómo siempre están tan limpios, si los coge con la mano así de sucia.

El regalo que yo quiero no está en la caja de papá. Quiero ir al exterior, estoy aburrida entre tantos y tantas cosas, porque no están vivas, no se sienten de verdad. No se lo he dicho, pero creo que él lo sabe, y por eso mira él por la ventana todo el día, para no dejarme espacio y que no pueda mirar yo.

No sé por qué no quiere que vaya al exterior. Soy diferente a él, siento otras cosas y como otras cosas, pero el mundo creo que es grande, hay espacio para los dos. No sé si el problema es que puedo lanzar fuego por la boca, o esos dedos de más que tengo en la espalda, en comparación a él. Tal vez nunca lo sepa, y me tenga que conformar para siempre con la carne y las manos limpias que salen de la caja de regalos de papá.